Las preguntas de Nair

3ª edición: Amazon, 2018
2ª edición: Edimáter, 2010 (descatalogada)
1ª edición: Edimáter, 2009 (descatalogada)
Género: Libro infantil / Aventuras
Edad recomendada: +8 años
Autor: Miguel Ángel Villar Pinto
Ilustrador: Marina Seoane
Páginas: 86
ISBN: 9788496870178
Disponible en: bibliotecas



El comienzo de la aventura es el primer libro de la colección Las preguntas de Nair. En éste, los padres de Nair, por motivos de trabajo, confían su cuidado a su abuelo, quien tiene proyectado viajar a través del mundo. El primer lugar de destino es Grecia.

En este país, Nair descubrirá la forma tan extraña que tienen allí de escribir, y también, a través de cuentos sorprendentes que le contará el abuelo, cómo Aguamarina incitó a las gotas de mar a viajar en forma de nubes, cómo los planetas se pusieron a girar para tomar el sol o cómo un terrible resfriado dio lugar a la formación del universo, entre otras muchas historias extraordinarias.

A través de ellas, se acerca a los niños la cultura general, aprendiendo al mismo tiempo que se divierten, y sentando las bases de conocimientos que les serán muy útiles para comprender el mundo en el que viven de una manera sencilla, entretenida y fascinante.


Las preguntas de Nair
Capítulo 1: Aguamarina, la gota de mar


Aquel verano fue muy interesante para Nair. Sus padres tenían que trabajar, y habían decidido enviarla con el abuelo. Al principio a Nair no le hizo mucha gracia, pues era pequeña y nunca había estado mucho tiempo separada de ellos, pero en cuanto supo que el abuelo tenía planificado ir de viaje por el mundo, pensó que podía ser divertido.
Además, el abuelo había sido maestro y sabía muchas cosas, lo cual resultaba perfecto porque ella tenía muchas preguntas. De hecho, se pasaba casi todo el día intentando averiguar todo lo que podía.
«¿De qué color es esto?», «¿Cómo se llama aquello?», «¿Cuándo pasa tal cosa?», «¿Cuándo no?» y un largo etcétera, aunque de entre todas, su preferida era «¿Por qué?». No dejaba de maravillarse con esta pregunta. Con decir tan poco obtenía a cambio tan largas respuestas que, hasta que sus padres se cansaban de contestar, no dejaba de repetirla.
Pero lo que Nair no tenía muy claro era cuánta paciencia tendría el abuelo. Esperaba que fuera algo mayor a la de sus padres, porque de lo contrario iba a quedarse con la gran mayoría sin contestar. Sin embargo, pronto descubrió que con él iba a ser diferente, no sólo porque le explicaba casi todo lo que preguntaba, sino también por el modo en el que lo hacía. El abuelo parecía tener todas las respuestas, y éstas llegaban en forma de cuentos asombrosos.
El primero que escuchó fue en el avión, tras haberse despedido de sus padres. Iban camino de Grecia y en la pista estaba lloviendo a cántaros, así que Nair quiso probar al abuelo:
—Abuelo, ¿por qué llueve?
—Porque hace mal día —le respondió él.
Era lo que Nair esperaba. Al principio siempre le daban una contestación corta que no explicaba nada, y para saber más, debía recurrir a su pregunta favorita.
—¿Y por qué hace mal día?
Entonces el abuelo miró para ella fijamente y le preguntó sorprendido:
—¿No conoces la historia de Aguamarina?
Nair sacudió la cabeza. No tenía ni idea de lo que hablaba.
—¡Ah! —exclamó el abuelo—, entonces tampoco sabes que cada gota tiene nombre propio, ¿no?
—¿Tienen nombre? —se extrañó Nair mirando por la ventana.
—¡Ya lo creo! —dijo el abuelo firmemente convencido—. ¡Y como nosotros, están de viaje!
Nair miró para él asombrada. Era la primera vez que escuchaba algo así.
—Pero, ¿quién les ha puesto nombre?
—¡Ellas mismas! —dijo el abuelo, y como Nair no salía de su asombro, añadió—: Quizá lo mejor sea que te cuente la historia…
—Pues sí —dijo Nair, ya que a cada paso estaba más desconcertada, y tenía ganas de saber qué quería decir el abuelo con todo esto. Así pues, escuchó el primero de los cuentos que le contaría. En este caso, era una gran aventura.



Aguamarina, la gota de mar

En las profundidades del océano, vivió una vez una gota de mar muy inquieta llamada Aguamarina. Mientras era pequeña se dejaba llevar por las corrientes, como si estuviera en un gran tobogán, y no se preocupaba absolutamente por nada. Disfrutaba mucho con ello.
Sin embargo, cuando se hizo un poco mayor, empezó a resultarle aburrido estar haciendo continuamente lo mismo, y comenzó a hacerse preguntas.
—Siempre estamos yendo de un sitio a otro, pero ¿por qué? ¿A dónde vamos con tanta prisa?
Pero el resto de las gotas de mar no se preocupaban por estas cuestiones…
—¡Qué importa! —le contestaban—. ¡Venga, no seas tonta! ¡Diviértete!
Y volvían a reír, jugar, saltar y hacer piruetas aprovechando la fuerza que las empujaba. Pero Aguamarina, desde el momento en el que formuló su primera pregunta, supo que difícilmente podría ya conformarse con esto.
Así que, cierto día, se detuvo a mirar hacia arriba. Pudo ver que el agua era más clara e, intrigada, Aguamarina abandonó la corriente.
—¿A dónde vas? —le preguntó una de sus amigas.
—Todavía no lo sé —respondió ella.
—¿Qué hace? —quiso saber otra gota de mar.
—¡Ni idea! —contestó la amiga de Aguamarina.
—¡Vamos! —dijo aquélla—, ¡ya volverá cuando compruebe que no hay nada más divertido que nadar en la corriente!



Sin duda no hubiera dicho lo mismo de saber lo que le aguardaba a Aguamarina pero, como hasta ahora ninguna gota de mar había hecho nada semejante o parecido, ni siquiera podía imaginarlo.
De esta forma, Aguamarina se alejó de las profundidades, convirtiéndose en la primera gota de mar que lo hacía. A medida que ascendía, iba notando cómo subía la temperatura, hasta que llegó a la superficie. Allí los rayos del Sol le hicieron tener una muy buena sensación. Era un día de verano radiante.
—¡Caray, qué a gusto se está aquí! —dijo Aguamarina.
Y decidió flotar boca arriba para disfrutar mejor de esta nueva sensación. Como no tenía que preocuparse por hundirse, ya que era una gota de agua, y como tan agradable le resultó, no tardó mucho en quedarse dormida. Pero después de un rato, se despertó al sentir un cierto cosquilleo.
—¡Qué ligera me siento! —dijo Aguamarina—. ¡Y qué calentita!
Y de repente, comenzó a flotar en el aire. Sintió miedo, pues se alejaba del mar sin poder remediarlo.
—¿Qué pasa? —gritó alarmada.
Intentó volver a él sin éxito, ya que siguió subiendo y subiendo hasta que llegó a un lugar blanco en el que al fin se detuvo. Parecía hecho de algodón, y era muy cómodo, lo que no es de extrañar, pues aunque Aguamarina lo ignorara, era una nube.
—Bueno —se dijo más tranquila—, después de todo no se está tan mal aquí arriba.
Pasado el susto inicial, aquello resultó ser además emocionante, pues Aguamarina pudo ver y sentir muchas cosas nuevas e impresionantes, como el horizonte, la tierra o el viento.
—Cuando se lo cuente a mis amigas —se dijo—, ¡no se lo van a creer! ¡Se van a morir de envidia!
Decía esto muy contenta y satisfecha, y eso que su aventura no había hecho más que comenzar.
Un rato después, la nube blanca empezó a enfriarse y a cambiar de color hasta que se volvió gris. Aguamarina ahora ya no se sentía ni tan ligera ni acalorada, sino todo lo contrario; se notaba pesada y bastante fría, y cuando quiso darse cuenta, cayó desde la nube al vacío.
—¡Aaaah! —gritó horrorizada, pues era mucha la altura y tenía miedo a lastimarse pero, a medio descenso, fue a parar a las plumas de un pájaro.



Por supuesto, como también ignoraba la existencia de estos animales, Aguamarina diría que había ido sobre un extraño pez que nadaba en el aire, con unas escamas muy largas y suaves, muy diferentes a las de los peces del mar.
En cualquier caso, se agarró con fuerza, y aunque en más de una ocasión creyó que no iba a poder evitar soltarse a causa del fuerte viento, lo cierto es que encima de él cubrió una larga distancia hasta que finalmente, el pájaro se posó en el suelo, y Aguamarina se deslizó hasta él.
Éste era también blanco, pero a diferencia de la nube, era muy duro, y ya podía serlo, puesto que Aguamarina estaba pisando los hielos del Polo Norte.
Sin duda se hubiera asombrado si hubiera tenido tiempo, pero la verdad es que en el mismo instante que lo tocó, comenzó a tener mucho, mucho frío, y en un abrir y cerrar de ojos, se quedó rígida.
No podía moverse, y comenzó a lamentarse por haber abandonado la corriente.
—No voy a poder volver —pensó Aguamarina recordando a sus amigas.
Sin embargo, no fue así. Ella no lo sabía, pero iba a bordo de un iceberg que, lenta pero inexorablemente, viajaba hacia el sur.
Así pues, al cabo de un tiempo notó de nuevo calor, y poco a poco pudo empezar a moverse hasta que recuperó completamente la libertad y regresó al mar. Nadaba ahora por mares desconocidos, en los que había seres muy diferentes a los que estaba acostumbrada.
Pudo ver focas, osos, pingüinos, ballenas y una larga lista de más animales —o de peces muy raros, como diría Aguamarina—, y no dejaba de maravillarse ante todo lo que existía fuera de la corriente en la que siempre había estado.
Sentía una inmensa curiosidad, y tenía ganas de emprender un nuevo viaje para ver más mundo, pero también tenía muchas ganas de contarle todo lo que había visto a sus amigas y estar con ellas de nuevo, así que decidió regresar a las profundidades.
Nada más entrar en la corriente, éstas fueron a saludarla. Estaban muy contentas de volver a verla.


—¡Aguamarina! ¡Ha vuelto Aguamarina! —gritaban unas.
—¿Dónde has estado? —preguntaban otras.
Y Aguamarina les contó todas las aventuras que había vivido sin dejar de relatar ningún detalle.
—¡Qué suerte! —dijeron.
—¡Qué envidia!
Hasta que una de ellas dijo:
—Pues yo también voy a subir. ¡Quiero saber lo que se siente al volar!
—¡Yo también, yo también! —se unieron a ella las demás.
Y así lo hicieron. Tan bien lo pasaron y tantas cosas nuevas vieron que, desde entonces, no hay gota de mar que no repita, al menos una vez en la vida, el fascinante viaje que inició Aguamarina.


—¡Y ahí están! —dijo el abuelo mirando hacia la ventanilla—. ¡Viviendo todo tipo de aventuras por todo el mundo!
—Entonces —dijo Nair—, ¿la lluvia viene del mar?
—Así es —le contestó el abuelo—. ¿Qué te parece?
—Raro —respondió Nair.
—Y sin embargo cierto —añadió el abuelo.
Los motores estaban ya a pleno rendimiento cuando empezaron a moverse. El avión iba a despegar. Antes de hacerlo, Nair miró por el cristal hacia fuera y les dijo a las gotas de lluvia:
—¡Espero que os guste mi ciudad! ¡Pasadlo muy bien!
Dicho esto, Nair y el abuelo sintieron cómo se elevaba el avión. Ya estaban camino de Grecia. (Continúa en Las preguntas de Nair, disponible esta edición en bibliotecas; la 3ª edición en Amazon).